Hace miles de años los seres humanos vivíamos dispersos por el territorio, en pequeños grupos. Cada asentamiento tenía una manera de organizar la convivencia de sus habitantes y un lenguaje propio. Pasó el tiempo y empezaron a producirse cambios que afectaron sensiblemente la manera de vivir de estas gentes. La agricultura se desarrolló, eliminando la dependencia de la caza y posibilitando la acumulación de excedentes para las épocas de carestía. Posteriormente, parte de estos excedentes se usaron como medio de intercambio con otras poblaciones de los alrededores. Este incipiente comercio resultaba complicado al principio por las diferencias culturales e idiomáticas, pero poco a poco mejoró merced, entre otras cosas, a algunos intrépidos comerciantes que aprendieron el lenguaje usado por la otra parte.
Con el tiempo aparecieron idiomas comunes a un territorio más grande, ayudados en gran medida por la aparición de otro elemento esencial para el desarrollo de nuestra civilización: la escritura. Además, las mejoras en el transporte (doma de animales, invención de la rueda, etc.) contribuyeron a ampliar el alcance de los intercambios comerciales.
Siglos más tarde surgirían los primeros estados, que usaban una lengua común como amalgama en la creación de un mercado interno cada vez mayor, y como elemento definitorio de la identidad nacional. Un buen ejemplo del uso de la lengua como elemento de cohesión lo encontramos en el auge de Roma, desde una pequeña monarquía hasta formar el imperio más importante de su época. Los romanos usaron muy bien una serie de herramientas para expandir y homogeneizar su territorio: un conjunto de normas para regirse (derecho), una administración y un ejército organizados, la concesión de derechos a los pueblos conquistados (ciudadanía) y una lengua común (el latín) que desplazó a los idiomas que existían en los nuevos asentamientos.
Parafraseando un popular anuncio de insecticida de los años ochenta podemos decir que las lenguas nacen, crecen, se reproducen y mueren. Volvamos al caso del latín: nació, creció hasta convertirse en la lengua de un vasto imperio, se reprodujo (origen de las lenguas romances) y, finalmente dejó de usarse, convirtiéndose en lo que es hoy: una lengua muerta y objeto de estudio. Y no ha sido el único caso.
La desaparición de una lengua no es cosa del pasado1. Ocurre continuamente. A fin de cuentas la capacidad de una lengua para sobrevivir depende de varios factores, todos ellos relacionados: la interacción con hablantes de otras lenguas, la mejora de los medios de transporte y las tecnologías de la información, la dificultad de adopción de la lengua comparándola con otra, su utilidad (externalidades de red2), la capacidad de imponer su uso, etc.
En los últimos cien años el crecimiento brutal de los intercambios comerciales, el desarrollo de medios de transporte más rápidos y económicos, la mejora de la educación y la revolución y rápida difusión de los medios de comunicación e información (prensa, radio, teléfono, televisión, Internet...) han contribuido a hacer más penosa la vida de las lenguas minoritarias y a acelerar su declive. Todos estos factores llevan a pensar que la masa crítica de hablantes necesaria para que una lengua sobreviva aumenta con el paso del tiempo y el desarrollo tecnológico y económico.
Por supuesto, una lengua no desaparece de un día para otro, unas tardarán más (inglés, español, chino, francés) y otras menos (esa aldea del Amazonas en la que estás pensando) pero todas evolucionan. No sé si llegaremos a un modelo tipo Los Inmortales (solo puede quedar una) o si usaremos una lengua franca para los intercambios (una Interlingua como en Blade Runner) y otra para nuestro entorno cercano. El tiempo lo dirá y lo que es seguro es que no lo veremos los que ahora estamos aquí.
En ausencia de fallos o imperfecciones de mercado la evolución lógica sería hacia una lengua única. Sin embargo, nos encontramos con barreras de diversos tipos: geográficas, políticas, culturales, etc. que ralentizan el proceso, aunque ninguna de ellas es insalvable. Las políticas, serán con el tiempo las más importantes, ya que la tentación de aglutinar y exacerbar un sentimiento nacionalista bajo el amparo de una lengua común es demasiado atractiva para un político, que la ve como una manera de aumentar y conservar su poder3. Es difícil, en todo caso, que pueda tener éxito a largo plazo. Otras cuestiones de índole estratégico4 también influyen pero todas se desvanecen con el paso del tiempo.
Curiosamente, los cambios políticos, con la creación de los estados modernos, ayudaron en su momento a la homogeneización cultural y lingüística de los territorios que les pertenecían. Con el tiempo, sin embargo, algunos de estos estados utilizan su poder coercitivo para frenar, de manera artificial, la intromisión de lenguas ajenas que empiezan a contaminar su inmaculado vergel y que son presentadas poco menos que como una amenaza a nuestro modo de vida y un empobrecimiento cultural.
Un triste ejemplo de adónde nos puede conducir la manipulación política lo tenemos con la manifestación de hace unos día en Santiago de Compostela convocada por la asociación Galicia Bilingüe, que intentó reventar un grupo de radicales. Me pregunto qué sentido tiene mantener con vida una lengua artificialmente. La lengua es una herramienta. Si me vale la uso. Y si no, me busco otra.
El camino hacia un monopolio u oligopolio lingüístico está servido. Para una mayoría la base será el inglés, el idioma que más hablantes usan como segunda lengua y que domina de forma abrumadora el mundo de los negocios, la investigación científica, Internet, etc. El español no está tampoco mal situado, un idioma muy accesible que da acceso al universo romance y cada vez más escogido como segunda lengua por millones de estudiantes en todo el mundo. En los últimos años muchos abogan por un futuro en el que el chino predominará, basándose en su peso demográfico y la pujanza económica del gigante asiático. Tengo serias dudas al respecto, al tratarse de un idioma muy difícil de aprender. Veremos qué ocurre el día que ese país apueste por el inglés como lengua vehicular en la enseñanza o, para no ser tan drástico, o plantee una educación bilingüe (inglés - chino). Quizá con el fin del régimen comunista (todo llega).
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(1) Estricto sensu sí, porque si desapareció ya no está en el presente ;)
(2) La utilidad de un lenguaje aumenta cuando crece el número de hablantes.
(3) En gran parte el fenómeno nacionalista se basa en aquello de mejor cabeza de ratón que cola de león: ¿para qué ser diputado de un estado si puedo ser monarca de un villorrio? Los ciudadanos suelen ser pragmáticos, pero caen a veces en las trampas de los políticos y se dejan engatusar, especialmente cuando los primeros tienen la sartén de la educación por el mango. Y no olvidemos los medios de comunicación públicos, creadores de opinión interesada.
(4) Por ejemplo, la dificultad para aprender una lengua permite un aislamiento y/o secretismo que puede resultar conveniente para algunos gobiernos.
1 comentario :
<span>de verdad esto sirvio pa nada yo pense que iba a encontrar buena informacion y me parecio que esto no lo habia visto nunca en ninguna otra pagina de tareas</span>
:( gasssssss
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