29 de diciembre de 2005

El secreto de Carmen Calvo

Tras más de un año al frente del Ministerio de Cultura, finalmente se le encendió la lucecita. Hacía tiempo que una idea rondaba la cabeza de la ministra. ¿Cómo es posible, se preguntaba Carmen Calvo, estar todo el día hablando de impuestos sobre los discompactos o las conexiones de cinta amplia? ¿A qué tanto discutir sobre el precio de los libros? Ella, venga a potenciar la moda española con sus modelitos, sus entrevistas en Vogue y su famosa divisa, "Antes muerta que sencilla"... Y sin ningún resultado. Unas invitaciones a conciertos, museos y saraos de tecnología y poco más.

Quién le iba a decir a nuestra querida ex-ministra ministra (perdón por el lapsus. El subconsciente me ha delatado) que tenía la respuesta en el maletero de su coche, en aquella cartera1 negra como el alquitrán que alguien le endosó el día que prometía el cargo. Cuentan las crónicas que dijo en ese momento: ¡Cómo pesa!, me queda grande. Está hecha para un hombre. Y mientras los asistentes reían el comentario, ella musitaba orgullosa: Aviados están si piensan que voy a cargar con semejante Perona*. A mí no me apean de Gucci y Loewe. ¡Yo soy una 'fashion victim'!

Todo sucedió de manera casual. Carmen salía del Musgo de la calle Serrano con un jarrón "ideal de la muerte" (sic) cuando su chófer se ofreció para guardar el paquete en el coche. Quita, quita, pensó ella, que me desgracias el regalo, y se fue decidida a depositar el bulto en el maletero. Mientras cerraba el portón su mirada pasó, casi sin quererlo, por la inscripción dorada del maletín olvidado. Un segundo después, con el maletero cerrado, una terrible duda la asaltó. Sus manos, temblorosas, juguetearon con la cerradura del coche hasta abrir nuevamente el maletero y sus ojos recorrieron aquellas letras malditas:

Ministra de Cultura.

Cultura,
cultura,
cultura,
cultura.
Cul-tu-ra...

De repente, se hizo la luz. Todo lo que había pasado durante estos meses cobraba sentido. Encajaba, como un guante. No había posibilidad de error. Carmen sentía que su corazón se encogía, que le faltaba el aire. El Ministerio de Costura, por el que tanto había luchado (o eso creía), no era más que una entelequia, un castillo en el aire que se derrumbaba estrepitosamente.

De camino a su palacete una lágrima resbaló por el rostro de la ministra. Carmen, tranquila, que se te corre el rímel, se dijo. Esto no lo sabrá nunca nadie. Ahora lo importante es desconectar, que mañana será otro día. Y, sin apenas darse cuenta, introdujo la mano en el bolso y empezó a acariciar sus tarjetas de crédito. Suavemente, casi con delectación.


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Espero que perdonéis lo irónico de la anotación pero, como comentaba en una reciente Beers & Blogs, creo que con Cecé hemos llegado a un punto en que parece que lo único que puede afectarle es el ataque ad hominem/feminam (versión políticamente correcta del ataque personal de toda la vida). Por otra parte, gran parte de culpa la tenemos la gente de a pie. Demasiadas veces nos acomodamos, y no luchamos por nuestros derechos aunque nos los pisoteen.

Terminando, se me ocurren algunos comentarios hirientes para la ministra. De los que duelen. No dudéis en lanzárselos si tenéis ocasión:
  • [sin apartar la vista de su cabeza] Ministra, pero qué se ha hecho en el pelo. Si la hace mayor.
  • [mirándola de arriba a abajo] Cecé, ¿de dónde has sacado ese conjunto? ¿Del baúl de la Piquer?
  • [que lo oigan todos los presentes] ¿Qué hacen esas bolsas de Día ahí fuera?
  • [usando tono de guasa] Sé de alguien que necesitaría depilarse.
  • [con aire inocente] Ministra, se le ha caído un rulo del bolso.


(*) Marca de carteras y mochilas para el colegio que hizo furor en España en los años ochenta, algunas de ellas equipadas con cerradura de combinación. No he podido encontrar información al respecto en Internet.

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