31 de diciembre de 2009

Embarcando a duras penas

El aeropuerto. Una larga cola ante la puerta de acceso al avión, iniciada veinte minutos antes de la hora prevista de embarque por un avispado que se ha apoyado en el mostrador, y al que han seguido, en un abrir y cerrar de ojos, un centenar de personas temerosas de no encontrar sitio para su ajustado equipaje de mano (mochila con ocho kilos + ordenador portátil + bolso de señora + bolsa del duty free con un par de botellas de vino y unos huevos Kínder para los niños). ¿A que os suena la estampa?

Para evitar el follón que puede montarse si todo el mundo aborda el avión a la vez, las aerolíneas aplican un método consistente en embarcar por grupos de filas a los pasajeros, empezando por aquellos sentados al fondo de la aeronave. Este método, que resulta muy útil, se emplea siempre en grandes aviones, y con menor frecuencia a medida que el tamaño de los mismos se reduce.


La foto* es de Enrique Dans
, y el individuo espigado con gafas con cara de me están sacando una foto pero no pienso mirar es Juan Freire

La idea parece buena. Sin embargo, y hablo de mi experiencia (unos cien vuelos al año, en su mayoría internacionales), cuando se utiliza (y lo normal es que no se haga) lo que acaba ocurriendo es que los pasajeros se saltan a la torera las instrucciones de embarque, ya sea porque no entienden el idioma en que aquellas se imparten, porque no las respetan o porque ni siquiera saben dónde les toca sentarse**.

Y lo que es peor, el personal de las aerolíneas no hace cumplir las normas. Volviendo a mi experiencia particular, la gente va embarcando y a nadie se le echa para atrás (recordemos que las colas se forman muchas veces antes de las instrucciones de embarque, y aún así de ellas no se mueve nadie al escuchar las indicaciones). Tampoco se suele llamar a los rezagados del grupo de filas que está abordando.

Termino con una anécdota. Un día, en un viaje nacional, llegué al embarque cuando la cola estaba formada y, viendo que la gente entraba por filas, que yo me sentaba al final de avión y que nadie en la cola hacía ademán de dejar pasar a los demás hasta que llamasen a su fila, me encaminé al mostrador. Allí pregunté a la responsable si tenía inconveniente en que esperase a su lado hasta que llamasen a las primeras filas para entrar en ese momento, dado que no se respetaba el procedimiento establecido. La azafata me miró con cara de sorpresa, me pidió la tarjeta de embarque y me invitó a entrar. Eché la vista atrás, vi a cien personas en la cola y me colé (técnicamente lo hice para unos pocos). ¿Remordimientos? Ninguno.

Aprovecho este último post del año para desearos un feliz embarque (cuidado con las uvas) y una buena travesía en 2010.

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(*) Para ser justos, la foto es de la cola ante un control de seguridad en la terminal T4 del aeropuerto de Madrid-Barajas.
(**) Sí, sigue pasando. También los hay que se sientan donde no les corresponde. Cosas de la popularización de la aviación comercial.

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